Trabajaba en ese entonces como vendedor ambulante de autos, llevaba siempre cuatro o cinco autos encima, avanzaba muy despacio, como de a cien metros, estacionaba medio torcido, caminaba hacia atrás y volvía a avanzar pero con otro auto. Los había comprado porque siempre le gustó llegar a las fiestas de cumpleaños con varios autos, se sentía un héroe si alguien tenía que ser trasladado a un hospital de emergencia, el manojo de llaves empezaba a sonar. Como vendedor ambulante se sabe que se corre el riesgo de tener que enfrentar preguntas de personas que están geográficamente desorientadas y quieren saber como se llega a la plaza del monumento a los caídos en el combate de arcos y flechas por la independencia de los colonizadores esclavistas corporativos, Van Rat generalmente no mentía e indicaba con precisión la manera de llegar a destino correctamente aunque con una pequeña migraña, pero siempre hubo una clase de personas a las que nunca le pudo decir la verdad: a los poetas. Para verificar si la persona que preguntaba por tal calle, por tal prostíbulo, o por Tal Van Rat (que también era el nombre de un pueblo en el que se habían unido las colectividades ecuatorianas y rusas, y se alimentaban generalmente de bananas acompañadas con pequeños sorbos de vodka) no fuera un poeta los sometía a un testeo que tenía especialmente diagramado; soplaba el ojo del conductor perdido y hurgaba en las sensaciones, de esta manera un conductor sin aptitudes poéticas decía que sintió olor a naranjas, mientras que los poetas generaban respuestas más complejas, una vez cazó un poeta que respondió: “ojalá esa fragancia fuera la de algún fruto prohibido, huelo la hambre evaporada por el delicioso jugo de la naranja”, poeta y malo, fue a parar a la verdulería atendida por epilépticos ambidiestros. Intentaba engañarlos por distintos medios, que no solo fueran a parar a lugares indeseables, sino también generar falsas inspiraciones, andar inventando semblantes demasiado grotescos, muecas exageradas de dolor en las que los poetas creían estar percibiendo el sufrimiento de la humanidad.
Las ruedas de los autos por vender fueron pinchadas.
No resulta raro que la nueva generación de poetas franceses haya dejado de escribir poesía, y solamente se dedique a intentar masacrar a Tal Van Rat, suceso que desembocará inevitablemente en una novela realista anglosajona.
jueves, 28 de febrero de 2008
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