Sus escritos estaban escondidos en una caja de fósforos gigante de cartón en la que podían entrar dos mil doscientos veintidós de las maderitas chocadoras, además ahí tenia el lugar suficiente para que también ingresaran cartas de dudosa persistencia temporal, de esas que uno no sabe en que momento necesitará quemarlas.
Un cerrajero le aconsejó a Van Rat que guarde bajo llaves la enorme caja, no le pareció mala idea, así compró trescientas llaves que llevaron hasta su casa en un doble carruaje, empujado por leones y caballos, sacando la fuerza de unos y la velocidad de otros; por supuesto que bien domados debían estar para no pelearse entre sí.
Bajó el guardia y miró con desconfianza a Van Rat, no encontraba motivos para que alguien haga tamaña adquisición. Van Rat pagó y el guardián se fue, no sin antes encargar a su acompañante que prestara atención disimuladamente a que es lo que hacía con las llaves.
Van Rat bajó hasta el sótano y tiró con violencia las llaves arriba de la caja, dejándola debajo de las pesadas abridoras.
En aquellos tiempos (no se sabe precisamente de que años estamos hablando, solo que aún no existían los automóviles) él trabajaba vendiendo calendarios artesanales, muchos compradores venían a quejarse porque siempre olvidaba el último día de cada mes; Van Rat solía responder: “¡Idiotas! No olvido ningún día, solamente le doy una nueva entidad al último día del mes, dotándolo de 48 horas, se trata de pequeñas agonías”. Volvió un día de pocas ventas algo desfasado, solamente quería asegurarse que la caja esté ahí, bajó a los tropezones dinámicos las escaleras y al dar con el sótano encontró un gran agujero en el suelo, la caja ya no estaba. Pensó quien podría habérsela llevado, desconfió del guardián que debió haber razonado: “Alguien que esconde algo bajo trescientas llaves debe esconder algo valioso”, pero, era muy cobarde el guardián, a pesar de que tenía algunos amigos bastante audaces que podrían haberle servido. El principal sospechoso era el mecánico de carretas.
Van Rat comenzó a leer libros acerca de cómo arreglar carretas y algunos libros de magia que decían como hacerlas desaparecer. Una vez que tuvo bastantes cosas aprendidas fue a pedir empleo al mecánico que no dudó en tomarlo. Van Rat pensó en la manera de recuperar sus escritos, pero siquiera llegó a pensarlo, cuando entró el mecánico y le dijo: “Esto es tuyo, me mando a robarte el guardián, pero tu obra me parece realmente una porquería”.
Van Rat lloró durante dos años y se hizo conocido como “el hombre que llora en el taller”, distintos psicólogos se movilizaron para ayudarlo, pero Van Rat se burlaba de ellos contándoles problemas que no le sucedían a él, sino a un filósofo hipocondríaco; el psiquiatra lo inyectó y lo internó en un manicomio.
jueves, 18 de octubre de 2007
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2 comentarios:
Dios, si es que existe tal, solo el sabe los resultados de tamaña adquisicion biologica para este pequeño enriedo de almas y barro que es el planeta. Ruud Tal van Rat. Glorifica nuestra existencia mediante la verba, el decir, el contar y luego el concluir, por que tuyo y mio es el don, por que tuyo o mio es el don, pero todos sabemos que por ahora solo es un Tal van Rat.
"(...)De las veces en vida que uno tal vez con suerte encontrase a su paso a Ruud Tal van Rat, quizás vea reflejada en su fisionomía aquella de un ser pacífico adicto a la locura o mas bien aquella de un poco cuerdo condenado al éxito que intenta sopesar las actuaciones indignas contrarias a sus designios y verlas patas para arriba(...)"
(Único fragmento inteligible de las memorias escritas del tío del mejor amigo del abuelo de mi novia acerca de un Tal van Rat)
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